sábado, 30 de abril de 2016

VIRGILIO Y ALEJANDRO (IV)


El que ama solo, el que sueña
bajo el deseo blanco de las sábanas,
el que llora por sí, el que se pierde
tras espejos de lluvia y el que busca
su boca cuando bebe el don del vino.

Pablo García Baena.

Los labios carnosos de la noche
te besan con su lluvia de jacintos
y envuelven tu piel con caricias
otoñales, abiertas sobre la palma.

Tu cuerpo es la embajada solitaria
del deseo. Con sus propias normas
y su tempo, pleno, dispuesto,
un viaje eterno sin retorno.

Mano a mano los sueños
se fueron cayendo, perdidos
en la realidad de los deseos
con la fotografía de tu seno.

Mi voz sobre la cama y
su regazo olvidado de
poesía. Cada una de las letras
de tu cuerpo se escribe con mi tinta.

Dará igual si abrimos o cerramos
la ventana. Si hay velas o el
fuego del Amor nos ilumina. Una
Belleza deseada es el presente.

Juego demasiado con los tiempos,
con las carreras voraces al infierno
y las subidas invernales del recuerdo.
La imaginación, el deseo, el asco.

No sería un sueño si estuviera dormido.
Uno de tus brazos escapa
y recorre volando mi espalda
para sujetar al niño que pende de mi hombro.

No corras, despacio, los griegos se
llevaron el Paladio, triunfaste,
disfruta, vamos a acercarnos sin
pensar en el frío de los labios.

No quiero plantearme la verdad,
en la sombra inerte de esas gotas
que brotan del placer. El sudor,
el amor, la oscuridad.

Mañana desapareces, te escapas
y no vuelves a mirar a nuestros
ojos, solitarios, perdidos, sin
ver más allá de nuestro duelo.

La guerra se perdió, no quedó pacto.

George Platt Lynes, Orpheus and Eros.

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