miércoles, 29 de abril de 2015

NUNCA SERÁS LESBIA.


Mellitos oculos tuos, Iuuenti,
si quis me sinat usque basiare,
usque ad milia basiem trecenta
nec numquam uidear satur futurus,
non si densior aridis aristis
sit nostrae seges osculationis.

Catulo, Carmen 48.

Si tus ojos de miel, Juvencio,
me permitieran sin fin besar,
los besaría trescientas mil veces
y nunca me sentiría colmado,
ni si más prieta que las secas espigas
fuese la cosecha de nuestros besos.

Traducción de Antonio Alvar Ezquerra,
Madrid, 1993

Da igual que seas Jacinto
convertido en problema de los vientos.

O no vuelvas de batalla, Patroclo,
camuflado con las armas de mi lucha.

Hefestión perdido entre las
sedas de la India,
jamás podré recuperarte.

La octava maravilla,
un mundo que resuena
mientras se rompen
las paredes de cristal.

Tú y yo, Juvencio hermoso,
nos miramos y sonreímos
con la dulzura de los niños,
pero quizá nos hayamos hecho
suficiente mayores
para no llegar a conocernos.

Haz que la música me nieble los ojos
para que pueda gritar a
la soledad y preguntarle:
¿por qué no te mueres?

Con manos de papel
trato de alcanzar
una sonrisa
que se pierde entre tus labios,

y beberme tus ojos
de oscura miel
mezclados con el rubor
de tus mejillas.

Catulo está triste,
es imposible que no sufra,
no puede defenderse,
ha descubierto lo que
nadie desea.

Apolo ha perdido
al ciervo de Cipariso.
“Llorarás siempre,
ya nada tiene remedio
sufre por ser mío,
se mío mientras sufres”

Antinoo ha muerto,
y Ganímedes se ha
tirado del Olimpo.

Tú y yo, Juvencio hermoso,
estamos solos,
en el infinito incomprensible
de la poesía,
con un sentimiento
compuesto de versos
que se caen.

Juvencio hermoso,
dejémoslo,
Catulo sabe

que nunca serás Lesbia.

 
Cipariso, óleo de Jacopo Vignali.

sábado, 18 de abril de 2015

VUESTRO NOMBRE


A la cuarta letra del abecedario.

… Por eso,
cuando digo tu nombre,
algo oculto se agita en mi alma.
Tu nombre suave, apenas pasado delicadamente por mi labio.
Pasa, se detiene, en el borde un instante se queda,
y luego vuela ligero, ¿quién lo creyera?: hecho puro sonido.
me duele tu nombre como tu misma dolorosa carne en mis labios.

V.A.
Vuestro nombre sabía a
dulce domingo despejado.

Vuestro nombre parecía una
dama durmiente desilusionada.

Vuestro nombre latía
dando ahí donde más duele.

Vuestro nombre chocaba
donde los dardos dieron

a San Sebastián que
dice, como difunto, descifrando:

“Sabed que sois
dones desperdiciados en la distancia”

Vuestro nombre escribía mis
diarios decadentes disfrazados

Vuestro nombre se desliza
discutiendo entre las desquiciadas dudas.

Vuestro nombre huele
a deliciosa dunia destrozada.

Vuestro nombre se pierde entre
las dunas depuestas por los dromedarios.

Me arrastro por el suelo
detective despistado de los desconocidos.

Vuestro nombre se siente como los
distantes días de diciembre.

Vuestro nombre se vuelve
derrotado dictado de la dureza.

Fuerte como un huracán arrancando
diccionarios deficientes en declamaciones.

Buscando en la plenitud de la existencia
decisiones que dísteis por demostradas.

Queriendo la felicidad sin estar
dispuestos a decir lo que decimos.

Vuestro nombre se dice
Da…, Da…, Di…

Cinco letras que son principio de la misma.
Sin final aparente ni demostrado.
Sin rasgo que demuestre lo contrario.
Porque…

Hoy tu nombre está aquí. No decirlo, no decirlo jamás, como un beso
que nadie daría, como nadie daría los labios a otro amor sino al suyo.


V.A.


Federico García Lorca. San Sebastián.