Amor. Cuando la palabra suena
puede parecer dulce, o cursi, o tonta. Cuando esa palabra tonta, que es tan
nuestra que si no la hubiera no seríamos lo que somos y no conoceríamos un
mundo como este. Esa palabra que puede hacer daño, porque también es dolor,
porque también son lágrimas, porque también es sufrimiento.
Es un sentimiento ciego al que te
abandonas, te dejas llevar por su impulso estratosférico. Más allá de todo, más
allá del corazón. A veces, por su ceguera, hierra totalmente el tiro. Y la
sangre brota de corazones lastimosos que piden a Dios, al mundo, al cielo, que no
fuera para ellos sino un tiro certero. Ceguera absoluta que hiere y no mata,
que muerde y no arranca, que pisa y no aplasta. Sangre que surge de la savia de
una rosa seca. Espinas que llegan tan hondo que el alma posible se vuelve
dolorosa. El espíritu negro de su maldad asoma como una lengua bífida de
serpiente oscura que rodea los cuerpos y los deja secos, como troncos podridos,
comidos por las termitas. Ese amor corrosivo que acaba con todo cuanto toca,
que mata todo cuanto encuentra. Amor negro que convierte en pesadillas los
sueños.
Pero eso es solo cuando él hierra
el tiro, pues normalmente hace todo como el Destino guía y cumple su deber uniendo
almas locas, perdidas y soñadoras, necesitadas de comprensión y completo. Almas
un poco rotas como la mía, cuyo parche sería un amor como tú, un hombro en el
que apoyarse y en el que tú te apoyes cuando lo necesites.
El amor se equivocó en mi vida,
pues siempre supuso dolor y llanto. Pero espero que contigo no haya errado el
tiro, quiéreme, lo necesito.
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